Por Federico Serino. Miembro de SOLAMAC
Fecha: diciembre 1995
Un nuevo siglo está por
comenzar, con nuevas expectativas y nuevas perspectivas. En la actualidad miles
de turistas recorren el mundo buscando lugares para realizar avistajes de
ballenas. Por otro lado los más pequeños disfrutan con las piruetas y malabares
que realizan orcas y delfines en los oceanarios y por último están los que
todavía creen que los mamíferos marinos son un recurso inagotable de los cuales
podemos servirnos y utilizarlos, sin importar si ponemos a las distintas
especies al borde de una extinción total. Podríamos también preguntarnos ¿para
qué sirven? O ¿por qué hay que salvarlas?
Cuando hablamos de salvarlas o
protegerlas no es solamente un mero capricho de un par de locos ambientalistas,
hablamos de mantener y conservar el equilibrio de todo el ecosistema marino del
cual las ballenas forman una parte importante; por supuesto que es necesario
conservar todos los recursos que existen sobre la tierra y el mar.
En esta última década con
el gran adelanto que significó la llegada de material informativo al público en
general, el tema fue instaurándose en la gente; así todo, fue bien entrado el
siglo XX, cuando la cetología dejó el campo especulativo para aproximarse a la
realidad. Los conocimientos que los científicos tienen de los cetáceos
todavía muestran grandes incógnitas. Hay especies que sólo se han estudiado
sobre la base de ejemplares varados en muy malas condiciones y otros que sólo
se han observado en muy pocas oportunidades. Tampoco se comprende como expresan
su inteligencia: no podemos suponer que sean más o menos inteligentes que sus
parientes humanos si es que medimos los parámetros de capacidad mental sobre la
base de nuestras características. El cerebro humano pesa 1400 gramos y el de una
especie de delfín, el Tursiops truncatus (el famoso Flipper),
1700. La corteza cerebral del delfín es mayor que la nuestra. Tiene el doble de
circunvoluciones, y del 10 al 40% más de células nerviosas. Con estos datos
podemos notar que los cetáceos pueden efectuar procesos mentales quizá más
complejos que los nuestros.
La continua reducción en las
poblaciones de ballenas está desencadenando alteraciones en los ecosistemas del
Antártico, ya se observó que las ballenas Sei (Balaenoptera borealis)
alcanzan la madurez mas pronto, al igual que las focas cangregeras (Lobodon
carcinophagus) y los leones marinos de la Patagonia (Otaria
flavescens). Esto implica que ha aumentado la tasa de reproducción de
estos animales o que, por las matanzas, los mismos deben llegar mas
prematuramente a la edad de madurez sexual. Se piensa, en el caso de las
ballenas, que todos estos cambios podrían deberse al incremento del krill
(Euphausia superba) ahora que no es comido por los
grandes consumidores: las ballenas Azules (Balaenoptera musculus)
y las ballenas Fin (Balaenoptera physalus) ya que han sido
enormemente diezmadas. Esto es uno de los argumentos con los que las industrias
balleneras japonesa y noruega justifican el reinicio de las capturas de
especies que no tienen reducidas sus poblaciones: ej. ballena Minke (Balaenoptera
acutorostrata). Otro probable ejemplo es la disminución en el tamaño de
los Cachalotes (Physeter macrocephalus). En su libro The
Whale (1972) Jaques Cousteau informó que en los tiempos en que fue
escrito Moby Dick, la famosa novela de Herman Melville,
los Cachalotes tenían frecuentemente 20 mts. de largo por los años de 1890. La
disminución de talla en esta especie se debería a la extracción de los
individuos mayores. Ahora... ¿qué ocurre con la estructura genética de una
población si los ejemplares más grandes son exterminados? ¿Es posible que en un
período relativamente corto, una selección tan intensiva podría dar lugar a
Cachalotes más pequeños?
Muchos científicos opinan que es
extremadamente improbable que las especies severamente mermadas recuperen sus
niveles anteriores. Aún para la ballena Franca Austral (Eubalaena
australis), la tasa de aumento de aproximadamente un 7% anual es muy
baja, y si a esto le agregamos que cuando abandonan las aguas jurisdiccionales
Argentinas nadie las protege y que quedan a merced de los balleneros piratas
que las esperan en mar abierto, podemos ver lo complicado que es efectuar medidas
de conservación para estas o cualquier especie que se halle en peligro de
subsistencia por efecto de la interacción con humanos.
Cada especie animal o vegetal
del planeta realiza funciones únicas y específicas que están intrínsecamente
relacionadas con su lugar dentro de los ecosistemas o biomasas de las cuales
depende nuestra supervivencia. No sabemos como puede afectar a nuestra
existencia la falta de alguna de éstas, a corto o largo plazo. Si evaluamos que
la tierra hace mas de 4.500 millones de años que esta evolucionando
constantemente, y que el hombre en el corto e insignificante período de unos
6.000 años contribuyó a los grandes problemas ambientales con que ingresamos al
siglo XXI, el tema es realmente muy preocupante.
Los cetáceos, como todos los
organismos que viven en el mar, incluso los que nos alimentamos con los mismos
peces que comen ellos, estamos expuestos a otros tipos de peligros: la
contaminación de ríos y océanos. Este gravísimo problema se origina en el
descontrolado vertido de basura no degradable, residuos cloacales, metales
pesados, desechos nucleares, insecticidas y herbicidas utilizados para el
control de plagas y malezas... en definitiva cualquier objeto que no sirva o
sobre o no sepan dónde guardarlo termina en el agua. Evidentemente el gran
crecimiento de la población hace que también crezcan sus desechos, pero debemos
indefectiblemente controlar estos vertidos para cuidar la salud de nuestras
aguas. Los cambios producidos en los ecosistemas aunque parezcan muy pequeños
crean un impacto excesivo sobre las distintas especies que lo habitan. Esto es
debido a la destrucción de hábitats naturales lo que eliminó al predador
principal de muchas especies; como ejemplo podemos citar al mosquito que
produce la malaria (Anopheles sp) o el dengue (Aedes aegypti). De
allí surgió la necesidad del uso de insecticidas. A su vez los mosquitos han
ido desarrollando distintos métodos de inmunización lo que ha llevado a la
industria a desarrollar productos cada vez más efectivos, desde la 1ª
generación de insecticidas sintéticos (organoclorados como el DDT) a principio
de siglo, hasta la 5ª (reguladores de crecimiento HJ-Metropene) en el presente.
Todos estos productos se filtran hacia las napas de agua y a los ríos
subterráneos y en definitiva van a parar al mar, aquí son absorbidos por
algas y organismos planctónicos que son parte de la cadena alimentaria de otros
animales. Los que están en el tope de esta cadena van recibiendo todos los
contaminantes acumulados y en el caso de los mamíferos marinos sus sistemas
inmunológicos se ven altamente dañados. Este ejemplo lo podemos trasladar a los
humanos que también utilizamos los recursos del mismo mar... Bien, seamos
egoístas y por lo menos mantengamos vivos a los cetáceos para darnos una clara
idea del estado de salud de los océanos, lo cual redundará en nuestro
propio bienestar.
Los preocupantes asuntos
relacionados con la matanza de ballenas no son de éstos últimos tiempos,
diríamos que casi desde el inicio de las capturas se estableció que sin un
efectivo control ninguna especie podría soportar una merma tan grande en
su número. En el año 1324 aproximadamente los esturiones y las ballenas fueron
declarados “peces reales” por los reinos de Inglaterra, Gales e Irlanda. En
1821 los rusos expulsaron a los balleneros extranjeros del mar de Bering y en
1931 se formó la “convención para regular la caza de cetáceos”
Estas y otras medidas a lo largo del tiempo llevaron a la creación de la
“Comisión Ballenera Internacional” (C.B.I.) de la que ya hemos hablado. En
realidad la Comisión
siempre estuvo formada por países interesados en la caza comercial y no en la
conservación de los mismos, aunque realmente es el único organismo en que se
pueden discutir estos temas y de donde han salido las moratorias de capturas y
la creación de los “santuarios oceánicos” donde no pueden ser explotadas. Ya
que La Argentina pertenece a dicho organismo aprovechemos este recurso
enviando gente idónea a las reuniones de la C.B.I., que puedan opinar con formación,
conocimientos y sin falsos eufemismos, y afrontemos que nuestras ballenas no
son sólo un recurso turístico para ser observado de abril a diciembre.
Recordemos el año 1984
cuando la reunión anual de la CBI
se realizó en Buenos Aires, en ese momento el Dr. Eduardo Iglesias era
reelegido como presidente de la
Comisión y se acordó la moratoria de las capturas para el año
siguiente. Por ese entonces se discutía si la Comisión servía para
proteger a las ballenas o sólo salvarlas de su extinción comercial. O sea, que
comenzamos el nuevo milenio con los mismos problemas mientras los cetáceos
siguen soportando la presión de las capturas.
En un artículo publicado en el
periódico The Times, el lunes 25 de junio de 1973 se redactó una
carta abierta a la CBI
donde se informaba que cada 20 minutos se sacrificaba una ballena y se
preguntaban si era realmente necesaria esa carnicería. Mencionaba que desde el
año 1946 en que se creó la comisión, los estamentos de la misma fueron
salvaguardar los grandes recursos de la naturaleza para las generaciones
futuras, y que se debería dictar una moratoria para las especies mas
explotadas. La única justificación que se encontraba para matar ballenas era
utilizarlas como recurso proteico para personas hambrientas, pero eran pocos los
países que importaban carne de ballenas para consumo humano. Mencionaba también
que los controles de captura se basaban en las cifras mas optimistas de las
poblaciones de ballenas, cuando el único procedimiento razonable hubiera sido
la precaución.
En esos momentos la
investigación se realizaba sobre los ejemplares muertos por los balleneros,
pero los estudios sobre poblaciones vivas servirían para efectuar
comprobaciones sobre estructuras de población y migraciones (hoy sabemos que
son animales altamente sociables con complejas estructuras familiares).
Los métodos para matarlas eran
calificados de bárbaros. El arpón de púas, de 73 Kg, explotaba dentro de
ellas matándolas en un período que oscilaba de una a tres horas.
Como corolario, el artículo
hacía referencia a que el hombre no tuviera ya la necesidad de seguir matando
ballenas, y que en nombre de la dignidad humana se debería detener la matanza,
por lo menos hasta que se probara que los productos derivados de las ballenas
fueran esenciales para la supervivencia humana, o que se inventara una técnica
de captura humanitaria.
Esta carta fue firmada entre
otros por el Príncipe Bernardo de Holanda, el Duque de Edimburgo, altas
personalidades de organismos conservacionistas de la época y por el famoso
Comandante Jacques Ives Cousteau por entonces miembro de la asociación Amigos de
la Tierra.
Quizá el mundo pueda seguir
adelante sin los cetáceos; quizá no, pero no es el tipo de cosas que uno
quisiera conocer empíricamente. Si después de haber matado a todos los cetáceos
nos damos cuenta que el planeta no funciona bien sin ellos ya será
demasiado tarde, porque no podremos crearlos de nuevo.
BIBLIOGRAFIA Y FUENTES
Salvad las ballenas, Asociación
Amigos de la Tierra
Cursos y Conferencias dictadas
en el Museo Arg. de Ciencias Naturales
AGRADECIMIENTOS
A Hugo P. Castello, del
dpto. de mamíferos marinos del MACN, por la revisión del texto
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